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El mayor símbolo de esta conjugación es el de la Virgen María, el ideal máximo de pureza que puede aspirar una mujer: ser virgen y madre. Ideal irrealizable, pa- radojal, pero señalado por nuestra cultu- ra como el paradigma a ser ambicionado. El otro extremo de este modelo es ia madre-puta, la mayor degradación y ofensa posible en nuestra sociedad.

Debemos entonces entender el silencio que oculta y acompaña el ejercicio de la sexualidad femenina como un elemento contradictorio. Está accionado para man- tenerla sexo-referida, o sea, referida para afuera. El cuerpo de la mujer es así alar- deado, visibilizado, en tanto objeto de deseo del hombre, tratado como merca- dería, manipulado para aumentar su ren- tabilidad. La estrategia del silencio, uti- lizada como forma de poder, es apenas aparentemente rota por el alardeamien-



METE RERES

Alternativa Feminista

to y por la sexualización del cuerpo cosi- ficado de la mujer, en la medida en que esta ruptura viene tan solo a enfatizar la condición de objeto del cuerpo femeni- no. Ese silencio no es sólo un silencio ac- cionado de afuera para adentro. Es tam- bién asumido por la propia mujer, como parte de un comportamiento aprendido para la maximización de los recursos de supervivencia en una sociedad desigual. Toda esta aparente contradicción se en- caja en el juego ambiguo de seducción- recato, propio, en nuestra sociedad, del sexo femenino.

Es, sobre todo, en la dinámica de estas situaciones —desconocimiento, silencio, ocultamiento, interdicciones, reglas de comportamiento, que se desarrolla la tra- ma de la vivencia de la sexualidad de la mujer, en las distintas etapas de su vida.


LOS HOMBRES SIN PALABRA

Guardar silencio, para un hombre, es empezar a volver la mirada hacia su cuer- po... y eso le da mucho miedo.

Los hombres no hablan de su cuerpo. lo odian y tratan de no olvidarlo para vi- vir sólo con la cabeza. El cuerpo, es para ellos la alimentación, lo concreto, la en- fermedad. Cuando el juego de la repre- sión ya no funciona, llaman a los médicos que adoptan con este motivo el horrible nombre de sexólogos. Esos hombres de ley que se ocultan bajo el disiraz del hombre de ciencia tratan entonces el cuerpo mediante la reducción. ¡4! Us ted quiere aue organicemos el sexo. Quie- Te joder. B: 216, pues Lo vo. a encon- trar un huevo catalogo, vanos habiar uel

JEAN VADENESCH

cuerpo limitándolo estrictamente a las fronteras de la carne. Y se ponen a des- cribir meticulosamente la erección, el or- gasmo en términos de dilatación de los vasos sanguíneos, y a cronometrar lo que dura el polvo y a hacer estadísticas sobre la eyaculación precoz por cada mil habi- tantes.

Pero el cuerpo, ¿es que no podría ser también el deseo, la caricia, la voluptuo- sidad?

Los hombres, antes de que llegaran los sexólogos, ya habían aprendido a dividir- se: por un lado, han puesto el cuerpo, la materia, la naturaleza que han dejado para la; mujeres haciendo le ellas el símbolo de la dependencia, de lo efímero, de lo

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