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Una chica “sin maldad” es aquella que ignora el se: reto de su cuerpo y su sexua- lidad, o la que esconde su saber. En este sentido, el desconocimiento, asociado a la “maldad”, posee también un conteni- do de polución.

La vivencia de la sexualidad —en nues- tra cultura— tanto la femenina como la masculina está permeada por el descono- cimiento, por la incapacidad de hablar naturalmente sobre ella. Sin embargo los valores, las normas y las interdicciones sociales configuran '“modelos sexuales” diferentes para el hombre y para la mu- jer. Para el hombre es fundamentalmente un modelo que consiente, que incentiva el hacer. Se espera que él ejerza su sexua- lidad, y el buen desempeño sexual es una preocupación y una presion social cons- tantes. Para la mujer, es un modelo que interdicta, que oculta.

“Porque en mi casa esa cosa dr! sexo

que estaba muy velada (...) Mi mamá

nunca me habló nada sobre el sexo...

Y mi papá tampoco. Con mi hermano

él sí hablaba, le traía libros ilustrativos,

lo dejaba ir a reuniones de ho:nbres adultos, escuchar las conversaciones

de los más viejos... pero conmigo y

mis hermanas no... nunca nos esclare-

ció sobre el sexo... (Mona).

Mientras que el pene es reconocido, los órganos sexuales de las mujeres pare- cen no existir. La mujer es definida, so- bre todo, por no tener un pene un nunca por tener un clítoris y una vagina, mien- tras que el hombre es definido por tener un pene y nunca por no tener una vagina y un clítoris. Es más /ácil reconocer la sexualidad masculina porque ella se hace visible. Nuestra cultura “ve” el pene erecto y “no ve” la excitación y el placer femenino.

Esto no quiere decir que la vivencia de la sexualidad femenina no sufra también represiones, que existen de hecho. Sin embargo, si la del hombre es una sexua-

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lidad que debe ser sometida, en la mujer este control es todavía más profundo, Porque es una sexualidad negada. Así, aún cuando la masturbación masculina está cercada por prohibiciones y tabúes, de todos modos es reconocida y verba- lizada. Para la mujer, la mayor parte de las veces, la masturbación ni aparece como posibilidad.

El ocultamiento, el silencio sobre la sexualidad, no es un vacío. Es un silencio

que transmite un modo de “ser mujer”.

Dentro de ese modelo el desconocimien- to es visto como algo “natural”, propio de la conducta considerada adecuada a la condición femenina,

No se trata de señalar el silencio como ausencia de un discurso sobre la sexuali- dad, sino como una forma especifica de discurso, donde la sexualidad es “habla- da” a través de su propio ocultamiento o de la utilización de metáforas, mitos o formas eufemísticas.

Todo este ocultamiento entra supues- tamente en contradicción con la función social que le cabe ejercer a la mujer. fun- ción esencialmente originada en su con- dición de sexo, en lo biológico. Ella es considerada, antes que nada, como pro- creadora. Parece paradojal, que, estando la vida de la mujer definida por el ejerci- cio de la reproducción, su sexualidad sea silenciada y ocultada. Sin embargo, la aparente paradoja se torna comprensible cuando descubrimos que el ocultamiento de la sexualidad, la carga de tabúes, pre- conceptos, restricciones y reglas de con- ducta que la cercan, forman una verdade- ra estrategia del silencio, uno de los me- dios por los cuales la sociedad ejerce con- trol sobre el cuerpo de la mujer. .

El poder ejercido sobre la sexualidad femenina se manifiesta de forma dual: pureza e impureza, A partir de allí, se espera que la mujer encaje en uno de los tres modelos que encierran los límites de su sexualidad: virgen-madre-puta.

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