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.* Toda la educación de la mujer debe referirse al hombre. Complacerlo, ser útil, hacerse amar y honrar por él, educarlo cuando joven, cuidarlo cuando adulto, aconsejarlo, consolarlo y hacerle la vi.

“da dulce y agradable. (Jean Jacques Rousseau)

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habido o no sociedades no patrircales estoy contra el sexismo y los estereoti- pos masculino-femenino. Así pues no trataré de hacer ninguna síntesis histó- rica pero sí un juego de interpretación:

Todo era o podía ser neutro. Los va- rones se apoderaron del tinglado y tro- cearon lo neutro. Dijeron: esto es mas- culino, esto lo hacemos los chicos; esto es femenino, esto lo hacen las chicas. Di- jeron además: nosotros mandamos por- que hacemos lo más importante. (¿Quién decide qué es lo más importan- te?, preguntaron Mafalda y Guillermo Brown.)

A partir de aquí se desencadenaron un montón de cosas no previstas: efec- tos indirectos, funciones latentes y automatismos sociales varios.

Una: Aunque en principio se le asig- nó oficialmente a la mujer aquello que estaba considerado como de poca im- portancia, dado que las mujeres no eran importantes, cualquier cosa pasó a ser considerada de poca importancia por el hecho de estar realizada por mujeres. ¿Aquella parte de lo neutro que se con- virtió en femenina empezó a tener de una u otra forma mala prensa.

Dos: Al tiempo que las mujeres fueron arrinconadas, acalladas y repu- tadas como subnormales todo lo no in- ventariado en el reparto de papeles fue considerado masculino siempre que fuera bueno. Masculino fue así no sólo equivalente a “tareas autoadjudicadas a los varones”, sino también a normal, pleno, responsable, típico del modo de producción vigente, patriótico o lógico.

Tres: El contenido real de lo mascu- lino (no lo que fue llamado masculino) no consistió sólo en aquella parcela de lo neutro que el varón se autoadjudicó si- q no también en aquello que aprendió co-


mo dominador, sus malos modos y su grosería de opresor, algo cuya vigencia es inútil explicar por la disposición de los. genitales y que guarda más relación con la alquimia del poder que con la química de las hormonas.

Cuatro: Además el varón aprendió —y ello fue así masculino— una serie de alienadas gilipolleces, de encubier- tas debilidades y fantasmadas de androceo, con las que venía a autocom- pensar su inseguridad de encaramado en la jefatura de la especie o su infe- rioridad en otros órdenes, muy señala- damente el de las clases sociales.

Cinco: Se produjo un juego de tram- pas, engaños y autoengaños en el que masculino y femenino era lo que se era y lo que se debía ser y cualquier cosa podía ser masculina si era importante y cualquier cosa que hacían los varones podía ser escamoteada si era poco pre- sentable y ora se disfrazaba lo masculi- no (cultura de opresor y de alienado), de moral o de neutro al que sólo imperfec- tamente podían acceder las mujeres, ora se disfrazaba lo normal de masculi- no. Todo esto implicó una notabilísima perversión del lenguaje, propiedad de los varones. Así, si bien podemos en- contrar nosotros diversos tipos de ma- terial masculino y diversos sentidos de la expresión, se conservó sólo esa oposi- ción masculino/femenino, como si con la misma pobreza de la terminología se quisiese sugerir que sólo existía un úni-

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