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  • Debemos considerar que el carácter de las mujeres padece de un defecto natural. (Aristóteles)


contra la dictadura. Acérrima cultora de tan mítica figura, la mirada de vene- ración de los dictadores pega un giro brutal, el uniforme alerta, al acecho la metralleta, ante estas mujeres que pre- tendieron que esa cuestión de amores y entrañas iba en serio. Claro que se podría alegar que no era la seriedad de la función represiva de la ideología lo que fallaba. Es cierto. Las Madres no habrían luchado de no haber sido sus hi- jos secuestrados; pero previamente, en 1975, por ejemplo, nadie habría podido prever o imaginar que —aún si se- cuestrados sus hijos — hubieran enfren- tado a la dictadura militar. La aguda na- turaleza de la represión económica y so- cial se vuelve contra sí misma, no puede controlar el curso que tomarán las contradicciones que se producen en su explosivo seno, y ante el trance de op- tar entre el valor moral que justifica el interés de clase, y este último, no cabe la duda, no cabe el planteo siquiera, no cabe el hombre.

Una determinación ulterior se plan- tea ahora, volviendo a este interragan- te: ¿permanecen las Madres encorseta- das en su rol tradicional? Una madre se debe a! hogar y los hijos. Mas si un hijo desaparece, ¿qué les corresponde, aun en su versión más avanzada? El llanto, la queja, el dolor, la bendita resigna- ción. En casos más extremos, la reclu- sión en. el recinto familiar, o la locura.

¿Cuáles son las respuestas que podríamos asegurar fehacientemente no corresponden a los típicos de este rol? El método de la organización y la movilización como formas privilegiadas de lucha, no condicen con aquello para lo cual tanto se empeñaron nuestros ideólogos más esforzados.

“Nosotras —cuentan las Madres en

el periódico citado— que siempre ha- bíamos estado en la casa y ocupándonos solamente de la familia, al movilizarnos por nuestros hijos y salir a la calle nos encontrábamos con un mundo nuevo donde todo estaba podrido y donde lo que nos habían dicho nuestros hijos se hacía realidad. Cada cosa, cada hecho que nos iba sucediendo, nos fortalecía más y nos permitía comprender cada vez más las causas y la entrega por la que luchaban nuestros hijos. Ellos mis- mos, lamentablemente sin saberlo, nos hacían crecer y empezar a comprender que nuestra lucha sería larga y política. También fuimos aprendiendo a dejar de ser egoístas, de ocuparnos de nosotrss mismas, de nuestra familia: eso que tantas veces nuestros hijos nos critica- ban. Ahora empezábamos a entender realmente las muchas cosas que los hi- jos nos contaban y que, en aquellos mo- mentos, no queríamos aceptar o no po- díamos imaginar. Los desaparecidos eran de todos y la lucha también debía ser de todos.”

Las Madres se topan con “un mundo donde todo estaba podrido”, y comienza a abrirse la madeja, a destejerse los hi- los que anudaban las cabezas al límite de cuatro, cinco, ocho personas a lo su- mo. Los angustiantes problemas de la vida cotidiana se agigantan, se poten- cian. Aparece la crueldad, la saña, lo infrahumano socializado, hecho carne en las relaciones entre clases, su base. Y con el redimensionamiento del mun- do, el gris torna negro violento, cae por su propio peso su carácter de “natural” e “inevitable”; y surge la necesidad, y la posibilidad,de actuar sobre ese mundo, de modificarlo. De no aceptar, con di- versos grados de resignación, la degra-

dación y la violación de la vida. “Hasta 19