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  • Debemos considerar que el carácter de las mujeres padece de un defecto natural. (Aristóteles)


empleadas, ingenieras, artistas, etc. Y antes que mujeres: madres.

Y por amor a sus hijos, salieron a la calle. Con la fuerza del mito de la leona, ganaron la plaza, enfrentaron la repre- sión, se organizaron, fueron la vanguar- dia en la lucha contra la dictadura terrorista.

A partir del rol asignado a la mujer- |

madre por la ideología dominante, el opresor se encuentra ante un dilema: a partir de precisamente ese rol ¿luchar contra él? ¿contra un mito que ayudó a forjar secularmente? ¿cómo se explica esta contradicción?

Como el mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros, las FF.AA, la Iglesia, el Estado, los parti- dos políticos burgueses, ven comprome- tida su valoración de la figura “madre”, que se vuelve sobre sí misma, y contra ellos mismos.

La madre, para defender bajo el Es- tado terrorista su rol de madre, se ha visto obligada a dejar de ser “madre”. Se ha visto obligada a dejar el reposo del hogar, la rutina de los platos y las sábanas, la cálida ignorancia de la vida barrial. Las Madres se hian salido de madre. Han irru apido repentinamente en el terreno de la política, de la movili- zación, de la lucha, hasta ahora reserva- do a los hombres. Las Madres, para afirmarse como madres, debieron ne- garse como tales. Para defender a la fa- milia, debieron enfrentar a la familia. Para defender a los hombres, debieron invadir su terreno y cuestionarles su centralidad política y social. La imagen de madre forjada por la ideología domi- nante se ha vuelto contra ella. Cuando la Madre desborda a la madre, desnuda al mismo tiempo el carácter de cobertu-

ra ideológica de la figura maternal, de instrumento de dominación de clase.

Las Madres no cuestionan el rol que las lanzó a la arena política: lo realizan consecuentemente. Es esta consecuen- cia la que revuelve la tranquilidad. de nuestros buenos burgueses, la que des- corre el velo con que justifican sus ase- sinatos y masacres y esta consecuencia les espeta: ¿es supremo para vosotros el amor materno? Apoyen nuestra lucha por la vida de nuestros hijos, por la vida y la justicia a sus captores, ¿Es- tán contra nosotras? ¿Pueden estar con la madre, pero contra las Madres?

Y la burguesía, claro, se siente chan- tajeada. No porque ella misma traicione sus valores, que los traiciona a menudo, sino porque esta tra. ición quede al des- cubierto. Entonces denuncian ante la opinión pública el “terrorismo senti- mental” de que son víctimas.

II. Las Madres y la madre

El mundo de lo privado, del sufri- miento individual, de la minucia, el beso y la comida, irrumpe en * mundo públi- co por la puerta grande de la política y lo convulsiona. Pero la contradicción planteada en la primera parte no es es- tática. Las Madres, que sólo en tanto ta- les se politizan, desesmascarando el ca- rácter ideológico de “la moral y las buenas costumbres” con que la bur- guesía se llena boca y bolsillo, mostran- do en sus propias historias, en sus pro- pios cuerpos, la hipocresía de aquella con su “defensa de la familia”, ¿perma- necen reducidas a ése su rol tradi- cional? ¿lo desbordan, lo dejan atrás? ¿lo elevan, lo niegan, lo transforman? ¿Puede trasplantarse de la casa a la Pla- za sin modificaciones? El cuidado de los -