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Pedro Prado

infinito; su cafda ha hecho nacer esos circulos crecientes y gigantescos.

El mar, convertido en una sombra sonora, canta; su voz se mezcla a la niebla que brota de su seno, ala niebla débil que se opone, sin fuerzas, al viento frio y cortante que baja de las nevadas cordilleras. Por angosto desaguadero un lago pugna por vaciar su tributo en el mar; pero las olas, desde la muerte del invierno, han vencido y ahora elevan y mantienen wna constante valla de arena. Las aguas del lago, buscando cumplir con su destino, se filtran calladamente; pero van con tanto despacio, que se espesan y pudren, y las innumerables fosforescencias que vagan en la noche como fuegos fatuos por encima de los pantanos, juegan y danzan sobre ellas como nifios alegres y caprichosos. Mas alla del desaguadero el lago es puro y transparente. Cerca de los trémulos pajonales, y en un sitio que nadie conoce, los flamencos, sentados a horcajadas en sus altos nidos de barro, empollan y duermen. Los huillines, que en el dfa pasaron en sus escondidos lechos de hierba, ahora aprovechan la pélida vislumbre de la luna y pescan confiados y pacientes.

Y del mismo modo que las iglesias guardan las melodias de las oraciones y de los cAnticos que en ellas se elevaron, la enorme cuenca que forman las colinas que rodean el lago, estA Ilena de una dulzura que sélo se atribuye a la placidez del agua que duerme, cuando ella est4 formada por los ul-