bajo de otro aluvión de humana escoria,
sobre la cual,—como la ardiente llama
del Sol,—la luz del pensamiento queda.
Guayaquil, 1901.
Oigo siempre en la noche callada
ese isócrono y lento compás
con que pienso que á mí te aproximas,
cual de Banquo el espectro fatal,
yen el fondo de mi alma golpea
tu horrible tic-tac.
Y en el grave, monótono ruido
que exaspera mi insólito afán,
las congojas me asaltan de un tiempo
que quisiera por siempre olvidar.
Calla, ¡oh cruel!, no más oiga tu fúnebre,
tu eterno tic-tac.
Sólo es raudo el corcel de las horas
para quien nunca siente el puñal
de las rudas torturas presentes
en el pecho enconarse y sangrar;
que no trae la dicha esperada
tu rudo tic-tac.
Si me asedian cual lobos hambrientos
de mi vida en el curso fatal
obsesiones de dichas que han sido,
y que hoy son un recuerdo, no más,
sólo entonces se asocia á mis penas
tu frío tic-tac.
Y cual ave siniestra que el miedo
de una cripta ve alzarse y volar,
de mi pecho algo horrible se eleva
como el cuervo de Poe inmortal.