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Almanaque Sud-americano

gura abre la puerta y penetra en la estancia con el respeto con que se entra en un santuario.

Un olor capitoso de flores frescas y secas satura la atmósfera del pequeño cuarto, parecido á una tumba por el silencio y la lobreguez que reinan en él. Este mismo pensamiento debe asaltar, sin duda, la mente del anciano, porque, estremeciéndose de pies á cabeza, corre á abrir una ventana. Los últimos resplandores de la tarde penetran por ella súbitamente, produciendo una maravillosa combinación de matices.

Pero ¡ah!, lo más digno de admiración es el retrato de una hermosa joven, cuya fisonomía parece animada en aquel instante por la refracción de la luz. Los ojos del anciano se clavan ansiosos en ella, y los de ella, hermosos y tristes, parecen fijarse también en él con expresión inefable.


III

Ha anochecido.

El anciano seguía contemplando el retrato, y Dios sabe cuánto tiempo habría permanecido en esa actitud si la voz de una vieja y fiel criada no le hubiese sacado de su ensimismamiento, recordándole que era hora de recogerse.

—Adiós, Olga mía,—murmuró;—no sabes cuán amarga es para mí esta vida transitoria, no viéndote á mi lado. ¡Cuántas veces he deseado la muerte, en medio de esta espantosa soledad! Para mí la felicidad no existe, hija mía...

Y agregó, exhalando un ronco gemido:

—¿Ni cómo ha de existir para mí la felicidad, si fué enterrada contigo en la misma fosa?

Y salió de la estancia con inseguro paso, cerrando tras sí la puerta.

Juana LÓPEZ CARRILLO.

Villa Nueva (Córdoba).
Dibuio de M. Foix.