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Almanaque Sud-americano

—Decididamente, la Naturaleza distribuye muy mal sus favores, pero me parece que exagera usted su estado, señora oruga; no debe encontrarse usted tan en la última miseria cuando va cubierta de terciopelo. ¡Que me quejara yo, que ando en cueros vivos!

—Pero, en cambio, ¡usted tiene casa!...

—Es verdad, soy propietario, pero tengo que llevar mi domicilio á cuestas, lo que no deja de ser molesto.

—¡Se queja usted de su suerte!

¿Suerte llama usted al trabajo penoso de arrastrarme con este edificio encima? Le aseguro á usted que á consultárseme antes, no era yo el que nacía caracol.

—¿Y qué hubiera usted deseado ser?

—Más bien... oruga.

—¡Jesús!, ¡vaya un gusto!

—Compare usted, señora: usted vestida de terciopelo, y yo... ¡yo sin camisa! Usted durmiendo en blandos lechos de flores, bañados por los resplandores de la luna, y yo en sitios húmedos y obscuros, sin más candil que alguna menguada luciérnaga trasnochadora. Usted libre y ágil, y yo abrumado bajo la carga de este chalet de arquitec-