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DEL ÁLBUM DE UN PADRE

¡Qué grandes niveladores del corazón humano son los niños!

Hay una pobre mujer con un niño en brazos sentada en el escalón de una puerta, que ve pasar una señora en coche con otro niño sobre las rodillas. El niño de la señora está vestido de terciopelo, el suyo cubierto de andrajos: aquel lleva un bulto de juguetes, el suyo no ha visto jamás ninguno; aquel come confites, el suyo un pedazo de pan negro. Sin embargo, de las miradas que las dos mujeres cambiaron sobre sus propios hijos, las que expresaban un sentimiento de envidia, eran las de la señora. La pobre mujer lo advirtió, y exclamó con estremecimiento de orgullo:

— ¡El mío es más hermoso!

A esa edad, nada más bello que verlo correr.

La carrera del niño tiene algo parecido á los saltos de la pelota de goma, del bamboleo del borracho y de los movimientos de la hoja arrastrada por el viento. La criaturita se escapa de la sillita, se lanza fuera de la habitación, tropieza con el gato, derriba una silla, enfila un corredor, y patalea revolviendo todo con las manos, de cuarto en cuarto, seguido de la madre, hasta el rincón más lejano