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Esa mañana la criollita no ha podido levantarse. Como á un barquichuelo sorprendido por los témpanos del Norte, el río la estrecha, la paraliza. La oscuridad reina y su cuarto está triste. La escarcha se ha apoderado de los vidrios y ha puesto en ellos un espeso tapiz de seda mate. La ciudad paerce muerta y en las calles silenciosas sólo se percibe el silbido lamentable del viento...

En su cama, la criollita para distraerse hace lucir las lentejuelas de su abanico ó pasa el tiempo mirándose en los espejos de su país, adornados con plumas indias.

Cada vez más breves y sombríos, se suceden los días de invierno. La criollita languidece y se desespera entre sus cortinas de encaje.—Lo que le causa más profundo pesar, es, que desde su cama, no puede ver el fuego. Le parece que ha perdido á su patria una segunda vez... De cuando en cuando, pregunta: — ¿Hay siempre fuego en la estufa? — Sí, chiquita. ¿No oyes el chisporroteo de la madera? — ¡Oh! sí, quiero verlo. — Pero por más que se inclina fuera de la cama, no puede verlo y se desespera.

Una tarde que pálida y pensativa, tenia su linda cabecita en el borde de la almohada, y sus ojitos buscaban siempre esa hermosa llama invisible, se aproximó su amigo y tomando uno de los espejos, le dijo: — ¿Quieres ver el fuego, queridita mía? Pues espera. — Y arrodillándose delante de la estufa, trató de enviarle con el espejo un reflejo de la mágica llama: — ¿Puedes verla? — ¡Nó! no veo nada. — ¿Y ahora?...

— ¡Nó, todavía!... Y al breve rato, recibiendo en pleno rostro un rayo de luz que laenvuelve, la criolla gozosa exclama:

— ¡Oh! ahora la veo... y muere sonriendo con dos llamitas en el fondo de sus ojos.

Alfonso Daudet.