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incidente que vamos á narrar y que trajo por resultado un duelo.

Sus actores fueron el teniente coronel José Melian y el teniente, despues coronel, don Manuel de Olazábal.

Detengámonos un momento para bosquejar estas dos figuras simpáticas de nuestra gran epopeya.

Ambos eran de Buenos Aires: el primero, nacido el 19 de marzo de 1784 — el 30 de diciembre de 1800 el segundo.

Melian habia servido en las invasiones inglesas, en el cuerpo de ejército auxiliar de Belgrano en 1810,— en el primer sitio de Montevideo y batalla del Cerrito, — en el segundo sitio hasta su rèndición y en la campaña contra los anarquistas.

Olazábal habia debutado en San Lorenzo y en el segundo sitio de Montevideo, teniendo el honor de entrar el primero y como jefe de la escolta del General, cuando no contaba aun catorce años.

¡Qué hombres aquellos!

Sucede, pues, que concurrieron á una tertulia y como Olazábal pretendiese sacar la compañera á su comandante, éste no se lo permitió, hasta que con su insistencia, le indujo á decirle: «Déjese de embromar, mocoso».

El insulto era grave y de esos que un militar de honor y á mas de los del regimiento chiche no podia tolerar en silencio, so pena de sufrir, las burlas de sus compañeros y quizá el menosprecio de su General.

Como se sabe, en virtud de un reglamento reservado, el duelo era permitido en ciertos casos por el rígido y justiciero San Martín.

Olazábal queria batirse esa misma noche, pero el general, que supo el incidente y las consecuencias que llevaba, le hizo desistir de su empeño ofreciéndole, en caso contrario, fusilarlo.

Terminada la reunion, el ofendido se fué á casa de Melian y le desafió, lo que el de todos querido Pepe, aceptó inmediatamente.

El padrino de Melian fué el coronel del regimiento y despues brigadier general don José Matfas Zapiola. — El de Olazábal, el capitan, despues coronel, don José Francisco Aldao.

Al amanecer se reunieron en un sitio apartado de la alameda y marcharon hácia la falda de los cerros.

Se batieron á sable y con tenacidad.— El comandante recibió una cuchillada en la pierna; el teniente una en la rodilla y otra en la mano derecha. Como la primera de éste era grave, el mismo adversario para ocultarlo y asistirlo mejor, lo llevó á su casa.

Al dia siguiente, dice Olazábal en sus Reminiscencias, «como á las 9 de la mañana, se me presentó un sirviente desconocido con