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porque no se tenga plata. — Almorzó bien. Cuando le llevaron la cuenta, dijo al mozo, que lo conocia: — He olvidado mi dinero, — y firmó al pié de la suma. Después: á ofrecer el articulo. Lo aceptaron lisa y llanamente. De paga no se le habló; y él no se atrevió á pedirla.


Resuelto estaba el problema. «Ser ó no ser. Esta es la cuestión.» Llegó el último día de existencia. El yugo de la vida iba á ser sacudido, etc., etc. Horacio volvió á su cuarto para escribirle una carta al jefe de policía, á ejemplo de los demás suicidas, y otra á un pariente millonario. Acomodado en el suelo de bruces, al empezar á escribirle al primero, rompió el papel; al empezar á escribirle al segundo, arrojó la pluma: era estúpido tomarse el trabajo de molestar á la gente, sin provecho. ¿Acaso enterrarian mejor su cadáver dejando esas cartas? Despues clavó la mirada en la pared. —¡Qué es la muerte? ¿Y si es peor que la vida? Soltó una soberana carcajada.. — Nó, yo no me suicido. No se suicidó. En la noche de ese día comió en grande con el producto de la venta de su revólver. Se habia dicho: — La vida no merece que uno se mate.

Guillermo Stock.


A UNA MÁSCARA

 Del antifaz en los oscuros huecos
La luz relampaguea de tus ojos.
 Y por ella adivino
La sin igual belleza de tu rostro,
Que cuando brillan todos los luceros
El cielo es siempre azúl, claro y hermoso.

Miguel Ramos Carrion.



 El último alquimista
Cuando hubo yá agotado su tesoro,
Encontró una manera de hacer oro:
 Inventó el accionista.

J. M. Bartrina.