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Desde ese día la felicidad desapareció para los esposos. Él disimulaba sus celos y espiaba todas las acciones de su mujer.

Magdalena, con el instinto maravilloso de que Dios dotara á los séres de su sexo y sin sombra de remordimiento en el cielo azul de su conciencia limpia, adivinó la borrascosa agitación del espíritu de su marido. Desde los primeros momentos le había dado cuenta de todo lo ocurrido en la casa durante los días de su separación. Antonio sabía, pues, que en su hogar se había dado asilo a un almagrista herido.

Y la mujer, sin mancilla en el cuerpo ni en el alma, pasaba horas tras horas arrodillada ante san Antonio, y fotografiando, por decirlo así, en sus entrañas la imágen del bienaventurado.

Y en esta situación anormal y congojosa para el matrimonio, los síntomas de la maternidad se presentaron en Magdalena.

Sombrío y cejijunto, esperaba Antonio el momento supremo.

IV

Magdalena dió luz á un niño.

Cuando la recibidora (matrona ú obstetriz de aquellos tiempos) anunció a Antonio lo que ella estimaba como fausto suceso, el marido se precipitó en la alcoba de su mujer, tomó al infante y salió con él á la puerta para mirarlo al rayo solar.

El niño era blanco y rubio como san Antonio!

El indio, acometido de furioso delirio, echó a correr en dirección al riachuelo vecino y arrojó en él al recién nacido.

V

Es tradicional que se vió entónces á un hombre de tipo español lanzarse en la corriente, cojer al niño y subir con él al cerro.

Desde entonces el viajero contempla en la cumbre fronteriza á Chanpi-Huaranga una gran piedra ó monolito que, á la distancia, semeja por completo un san Antonio con un niño en brazos, tal como en estampas y en los altares nos presenta la Iglesia al santo paduano.


Ricardo Palma.