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 La marquesa Eulalia rísas y desvios
Daba á un tiempo mismo para dos rivales
El vizconde rubio de los desafíos,
Y el abate jóven de los madrigales.

 Cerca, coronado con hojas de viña,
Reía en su máscara Término barbudo,
Y, como un efebo que fuese una niña,
Mostraba una Diana su mármol desnudo.

 Y bajo un boscaje del amor palestra,
Sobre rico zócalo, al modo de Jonia,
Con un candelabro prendido en la diestra,
Volaba el Mercurio de Juan de Bolonía.

 La orquesta perlaba sus mágicas notas,
Un coro de sones alados se oía,
Galantes pavanas, fugaces gavotas,
Cantaban los dulces violines de Hungría.

 Al oir las quejas de sus caballeros
Rie, rie, rie, la divina Eulalia,
Pues son su tesoro, las flechas de Eros,
El cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.

 ¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!
¡Ay de quíen del canto de su amor se fíe!
Con sus ojos lindos y su boca roja,
La divina Eulalia, rie, rie, rie.

 Tiene azules ojos, es artista y bella;
Cuando mira vierte viva luz extraña:
Se asoma á sus húmedas pupilas de estrella
El alma del rubio cristal de Champaña.

 Es noche de fiesta, y el baile de trajes
Ostenta su gloria de triunfos mundanos.
La divina Eulalia, vestida de encajes,
Una flor destroza con sus tersas manos.

 El teclado armónico de su risa fina
A la alegre música de un pájaro iguala,
Con los estacatos de una bailarina
y las locas fugas de una colegiala