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gran calibre. Hace cinco mios que nos casamos. Para mí, dura todavía la luna de miel; solo de tí depende que dure siempre. La desconfianza es una pérfida consejera, amiga mia. (Su voz tórnase muy grave.) Créeme, Juana. Pertenezco á una generacion cuya juventud ha sido madurada por duras pruebas, que toma muy á pecho las cosas de la vida, que considera el matrimonio como institucion seria, elevada, y ... húm !... y primordial. ..

La Señora, conmovida. - Primordial...

El Señor, majestuosamente. - Primordial. Tambien, hija mia, no sabria recomendarte demasiado que no entregues tu querida cabecita. á ideas negras. Con alegría un poco forzada. Oh! las negras ideas ! No volverán, ¿no es verdad ?

La Señora. - Sí. Pero, bien lo sabes, es tan mala la sospecha ...

El Señor, tarareando. - La sospecha, Teresa, nos destroza, nos mata ! Esto es del Valle de Andorra, ¿ no es verdad '?

La Señora. - Sí. Ah ! que bella música.

El Señor. - A propósito de música, me parece que descuidas bastante tu piano desde hace algun tiempo. Ayer has estropeado ese vals de Schulhoff que tocabas tan bien cuando nos casamos. Hé! te acuerdas? En casa de tu madre... cuando te hacia la corte ...

La Señora, pensativa y sonriente. - Oh ! sí... y ... (con un poco de hesitacion) la noche en que mamá salió del salon para pedir el té á la vieja Mariana ... te acuerdas ... estaba en el piano. Me besaste en la nuca ... Tenia un miedo cuando mamá volvió á entrar ! Estaba colorada ! oh! querido, qué atrevido eras!

El Señor. - Y bien! si quieres vas á sentarte al piano y á tocar tu vals de Schulhoff. Tomaremos té (con calor,) el té del recuerdo. (Toca la campanilla. Una jóven bastante bella, trigueña, de labios gruesos, cabellos negros y ensortijados, aparece en el umbral y se apoya contra el marco de la puerta.)

La Señora. - Ana, prepãrenos el té.

Ana, secamente. Esta bien, señora.

La Señora. - Traiga dos tazas en la bandejita y coloque tambien en ella la azucarera.

Ana, con voz un poco vibrante. - Pero señora, yo no tengo la azucarera; usted la ha puesto en el armario, y hasta ha dicho que el azúcar era una cosa que se gastaba demasiado pronto...

La Señora, con sequedad. - Le ruego que me ahorre todas sus rellexiones. Hé aquí la llave del armario. La debo decir que usted toma las cosas de una manera que no me conviene absolutamente. El otro día, delante de la Señora Duponceau se ha permitido usted una observación que hubiera podido atraerla sus ocho dias. No lo olvide! No me gustan las respondonas, Vaya.

Ana, echando una mirada oblícua al Señor. - La Señora puede arreglarme la cuenta si así le parece.