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RAMÓN DE MESONERO ROMANOS.

dirige los atrevidos deseos del corazón, y aquella pura llama que el amor enciende en los pechos generosos, y viene á purificarlos del aliento emponzoñado del vicio.

La exageración, empero, de aquellas fábulas llegó á su colmo, en manos de la osada medianía; y como de ordinario acontece, no tardó en ceder á su propio peso, convirtiendo en ridículo aquello mismo que en su origen pudo mirarse como sublime. Las generaciones siguientes, más ilustradas y filosóficas, no se prestaron ya tan dócilmente á los extravíos del ingenio; quisieron averiguar la razón por qué así se abusaba de su credulidad y buena fe; buscaron, aunque en vano, en todas aquellas composiciones la verdad como medio, la moral y la filosofía como fin; hasta que, impulsadas por un hombre superior en quien parecían haberse reunido todo el estudio, toda la filosofía de los siglos posteriores, reconocieron al fin su error, lanzaron de su imaginación aquel pertinaz ensueño, aquellas fantásticas visiones, aquellos misteriosos emblemas; vieron en su lugar el mundo positivo, con sus ridiculeces y sus vicios, su virtud y su flaqueza; y siguiendo maquinalmente el estandarte de la verdad desplegado ante sus ojos por aquel genio sublime, la Europa entera pronunció con veneración el nombre de