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RAMÓN DE MESONERO ROMANOS.

neos y justas en ellas celebrados antiguamente; admiraron sus morunos monumentos y contemplaron con entusiasmo el curso apacible del caudaloso Betis, padre de la fertilidad y de la sacra poesía. Pasaron de allí al través de aquella tierra de promisión, hasta ver desplegarse ante sus ojos las ricas dehesas de Alcolea, célebres por sus ponderados corceles; el soberbio puente que los romanos envidiarían, y allá en el fondo las hermosas sierras de Constantina, y la gran ciudad de Córdoba, corte magnífica de Abderramán y de Almanzor. Visitaron en ella con religioso respeto la soberbia mezquita, hoy catedral, donde el hijo del Oriente desplegó toda la pompa y poética grandeza de su rica imaginación; y sentados al pie de las palmeras y naranjos del famoso patio, meditaron largo rato sobre las vicisitudes de los imperios y sobre la historia de las artes. Saliendo luego de Córdoba, no tardaron en dejar sobre la izquierda la gran fortaleza del Carpio, rica en leyendas caballerescas, y otros cien pueblos y campiñas, todos célebres en nuestra historia, y engalanados con las flores de la poesía. Écija les abrió luego sus puertas, y más allá la elevada Carmona, centinela avanzada de la gran Sevilla. Por último: después de atravesar los fértiles campos de Mairena y del Viso, y la risueña comarca de Alcalá de Guadai-