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resco en la descripcion de cada fenómeno, y el arte á la par en la composicion didáctica del conjunto. En todos los pueblos que poseen una version del libro de Job, estos cuadros de la naturaleza oriental han producido impresion profunda. «El Señor camina sobre las crestas del mar, sobre las olas que la tempestad levanta. La aurora abraza los contornos de la tierra y dá diferentes formas á las nubes, como la mano del hombre amasa la dócil arcilla». Hállanse tambien descritas en el libro de Job las costumbres de los animales, del asno montaraz y del caballo, del búfalo, del hipopótamo y del cocodrilo, del águila y del avestruz. Vemos allí, «cuando soplan los vientos devoradores del Sud, el aire puro que se estiende como metal fundido por los perturbados desiertos (71).» Allí donde la Naturaleza es mas avara de sus dones, aguza los sentidos del hombre, á fin de que atento á todos los síntomas que se manifiestan en la atmósfera y en la region de las nubes, pueda prever, en medio de la soledad de los desiertos, ó sobre la inmensidad del Océano, todas las revoluciones que se preparan. La parte árida y montañosa de la Palestina se presta, sobre todo, á este género de observaciones; tampoco falta variedad á la poesía de los Hebreos. Mientras que desde Josué hasta Samuel respira esta el ardor de los combates, el librito de Ruth la espigadora ofrece un cuadro de la mas imgénua sencillez y de indefinible encanto. (ro*the llamaba á este libro, en la época de su entusiasmo por el Oriente, el poema más delicioso que nos ha trasmitido la musa de la epopeya y del idilio (12).
En tiempos mas próximos de los nuestros, los primeros monumentos de la literatura de los Arabes conservaban todavía un débil reflejo de aquella gran manera de contemplar la Naturaleza, que fué en una época tan atrasada, rasgo distintivo de la raza semítica. Recordaré á este propósito la pintoresca descripcion de la vida de los Bedul-