sideral de la ciencia del Cosmos, es decir, á la descripcion de los espacios celestes y á los cuerpos que los pueblan, habremos simplificado en mucho nuestro trabajo. Si se quiere, siguiendo una antigua costumbre á la cual nos obligaran un dia á renunciar miras mas filosóficas, distinguir la física, es decir, las consideraciones generales sobre la esencia de la materia y las fuerzas que le imprimen el movimiento, de la química, que se ocupa de la heterogeneidad de las sustancias, de su composicion elemental, y de atracciones que no están determinadas solo por las relaciones de las masas, preciso es convenir en que la descripcion de la tierra presenta acciones físicas y químicas á la vez. Al lado de la gravitacion, que debe considerarse como la fuerza primitiva de la naturaleza, obran á nuestro alrededor, en el interior ó en la superficie de nuestro planeta, atracciones de otro género. Son estas las que se ejercen entre las moléculas en contacto, ó separadas á distancias infinitamente pequeñas (22); fuerzas de afinidad química que modificadas distintamente por la electricidad, el calórico, la condensacion en los cuerpos porosos, ó el contacto de una sustancia intermedia, animan igualmente el mundo inorgánico y los tejidos de los animales y de las plantas. Si esceptuamos los pequeños asteroides que se nos aparecen bajo las formas de aerolito, bólides y estrellas errantes, los espacios celestes no ofrecen hasta ahora á nuestra observacion directa, mas que fenómenos físicos; aun no podemos juzgar con certeza, sino de los efectos que dependen de la cantidad de materia ó de la distribucion de las masas. Los fenómenos de los espacios celestes deben, por consiguiente, considerarse como sometidos á las simples leyes dinámicas del movimiento. Los efectos que podrian nacer de la diferencia específica, de la heterogeneidad de la materia, no han sido hasta aquí objeto de cálculo para la mecánica de los cielos.
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