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lar. Jamás he visto movimiento de efervescencia á causa, sin duda, de la pequeñez de la luz zodiacal en muchos paises; pero con seguridad teneis razon al atribuir las rápidas variaciones de brillo, que bajo los trópicos os han presentado los objetos celestes, á los cambios que sobrevienen en nuestra atmósfera, especialmente en las regiones elevadas. El efecto de que habláis se manifiesta del modo mas asombroso en las colas de los cometas. Se ven con frecuencia, sobre todo cuando el cielo está muy despejado, pulsaciones que parten de la cabeza, como punto mas bajo, y que en uno ó dos segundos recorren toda la cola, de tal suerte, que ésta parece dilatarse rápidamente algunos grados y contraerse inmediatamente, despues, del mismo modo. Estas ondulaciones, de las que antes se habia ocupado Roberto Hooke, y hace poco tiempo tambien Schræter y Chladni, no se producen en el cuerpo mismo del cometa; resultan de simples accidentes atmosféricos. Esto se hace evidente con solo pensar en que las diferentes partes de un cometa, cuya longitud es de muchos millones de leguas, se encuentran necesariamente situadas á distancias muy desiguales de la Tierra, y que su luz emplea, para llegar hasta nosotros, intervalos de tiempo que pueden diferir en muchos minutos. Respecto á esas variaciones de la luz zodiacal que habéis visto en las orillas del Orinoco prolongarse durante minutos enteros, no puedo decidir si deben atribuirse á resplandores efectivos, ó bien á un juego de la atmósfera. Me es igualmente imposible esplicar la claridad singular de ciertas noches, así como la estension y el resplandor anormal de los crepúsculos de 1831, crepúsculos cuya parte mas brillante no correspondía, segun algunos observadores, al lugar que el Sol debia ocupar debajo del horizonte.» (Tomado de una carta que me dirigió, desde Brema el doctor Olbers, el 26 de marzo de 1833.)

^(100)  Pág. 128.— Biot. Traité d' Astron. physique (3.ª ed.), 1844, t. I, p. 171, 238 y 312.

^(1)  Pág. 129.—Bessel, en el Schumacher's Jharbuch für, 1839, p. 51; esta velocidad llega quizá á 742.000 miriámetros por dia; la velocidad relativa es, por lo menos, de 648.000 miriámetros; mas del doble de la velocidad con que gira la Tierra alrededor del Sol.

^(2)  Pág. 130.—Sobre el movimiento del sistema solar, segun Bradley, Tobías Mayer, Lambert, Lalande y W. Herschell, véase Arago en el Annuaire de 1842, p. 388-399; Argelander en las Astron. Nachr. de Schum., números 363, 364, 498; y sobre Perseo, considerado como cuerpo central, alrededor del cual girase todo el conjunto estelar, en la Memoria von der eigenen Bewegung des Sonnensystems, 1837, p. 43. Véase tambien Othon Struve en el Bull. de l' Acad. de Saint-Petersbourg, 1842