cia invisible, espiritual, que se manifiesta en ellas ya desarrollen la flor y el fruto en el árbol productivo, ya quebranten el suelo del bosque ó ya truenen en las nubes. Así se revela un lazo entre el mundo visible y un mundo superior que se escapa á los sentidos. Uno y otro se confunden involuntariamente, sin que por ello deje de desarrollarse en el seno del hombre, el gérmen de una filosofía de la Naturaleza, aunque como el simple producto de una concepcion ideal, y sin el auxilio de la observacion.
Entre los pueblos mas atrasados en civilizacion, la imaginacion se goza en creaciones estrañas y fantásticas. La predileccion por el símbolo influye simultáneamente, en las ideas y en las lenguas. En vez de examinar, se adivina, se dogmatiza, se interpreta lo que nunca ha sido observado. El mundo de las ideas y de los sentimientos no refleja en su pureza primitiva el mundo esterior. Lo que en algunas regiones de la tierra no se ha manifestado como rudimento de la filosofía natural, sino entre un pequeño número de indivíduos dotados de una alta inteligencia, se presenta en otras regiones, entre familias enteras de pueblos, como el resultado de tendencias místicas y de intuiciones instintivas. En el comercio íntimo con la naturaleza, en la vivacidad y profundidad de las emociones á que dá vida, es donde se encuentran tambien los primeros impulsos hácia el culto, hácia una santificacion de fuerzas destructoras ó conservadoras del Universo. Pero á medida que el hombre recorriendo los diferentes grados de su desarrollo intelectual, llega á gozar libremente del poder regulador de la reflexion, á separar por un acto de emancipacion progresiva, el mundo de las ideas y el de las sensaciones, no puede contentarse con presentir vagamente la unidad de las fuerzas de la naturaleza. El ejercicio del pensamiento empieza á cumplir su alta mision; la observacion, fecun-