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teriosamente las aptitudes de los pueblos, se aproxima en mucho al del parentesco de las razas; y lo que sea capaz de producir la menor diferencia entre ellas, lo sabemos por un gran ejemplo, que es el de la cultura intelectual tan diversa de la nacion griega. Así, pues, las cuestiones mas importantes que ofrece la historia de la civilizacion de la especie humana, se refieren á las nociones capitales del orígen de los pueblos, de la afinidad de lenguas y de la inmutabilidad de una direccion primordial, tanto del alma como del espíritu.

Mientras que solo se atendió á los estremos de las variaciones del color y la figura, dejándonos preocupar por la vivacidad de las primeras impresiones, consideráronse las razas, no como simples variedades, sino como troncos humanos originariamente distintos. La permanencia de ciertos tipos (33), á pesar de las mas contrarias influencias de las causas esteriores, sobre todo del clima, parecia venir en apoyo de este modo de ver, por muy cortos que sean los períodos de tiempo cuyo conocimiento histórico ha llegado hasta nosotros. Pero en mi opinion, razones mas poderosas militan en favor de la unidad de la especie humana, á saber: las numerosas gradaciones (34) del color de la piel y de la estructura del cráneo, que han dado á conocer en los tiempos modernos, los rápidos progresos de la ciencia geográfica; la analogía que siguen al alterarse en otras clases de animales, ya salvajes, ya domesticados; y las observaciones positivas que se han recogido acerca de los límites prescritos á la fecundidad de los mestizos (35). La mayor parte de los contrastes que tanto admiraban antiguamente, se ha desvanecido ante el profundo trabajo de Tiedemann acerca del cerebro de los negros y de los europeos, ante las investigaciones anatómicas de Vrolik y de Welber sobre la configuracion de la parte posterior de la cabeza. Si abarcamos en su generalidad las naciones africanas de color os-