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na los vapores ascendentes. En cuanto á las llamas que se han visto salir del fondo del mar, como en tiempo de Strabon, durante las erupciones de volcanes situados cerca de la costa, ó poco antes del levantamiento de una nueva isla, nada nos atrevemos á decidir.

Preguntar qué cosa quema en los volcanes, buscar lo que engendra el calor, funde los metales y las rocas, y produce las corrientes de lava de gran espesor (23) que conservan una temperatura muy elevada aun al cabo de muchos años despues de su salida del cráter, es prejuzgar ya la cuestion; pues al menos se admite implicitamente que todo volcan supone un conjunto de materias combustibles, propias para alimentar su actividad, de igual manera que los echos de carbon de piedra alimentan incendios subterráneos. Siguiendo las diversas fases que las ciencias químicas han recorrido, vemos que los fenómenos volcánicos se han atribuido sucesivamente al betun, despues á las piritas ó á una mezcla húmeda de azufre y de hierro reducidos á polvo, ya á los piróforos naturales, ya á los metales alcalinos y térreos. Apresurémonos á decir que el célebre químico sir Humphry Davy, á quien debemos el descubrimiento de los metales alcalinos, en su última obra Consolations in travel and last days of á Philosopher, libro cuya lectura inspira un profundo sentimiento de tristeza, ha renunciado espontáneamente á su hipótesis química. La densidad media de la Tierra (5,44) comparada con los pesos específicos mucho menores del potasio (0,865), del sodio (0,972), y de los metales térreos (1,2): la carencia de hidrógeno en las emanaciones gaseiformes de las hendiduras volcánicas ó de las lavas acaso calientes, y muchas otras consideraciones químicas (24), están en abierta contradiccion con las antiguas ideas de Davy y d'Ampere. Si la erupcion de las lavas diese lugar á un desprendimiento de hidrógeno ¡cuán enorme no deberia ser la masa de gas desprendido, cuando la