Etna (3313 metros); el Pico de Tenerife (3711 metros); el Cotopaxi (5812 metros). Si los focos de todos estos volcanes estuvieran situados á la misma profundidad, es evidente que la fuerza necesaria para elevar la masa de lava en fusion hasta sus repectivos vértices, debe crecer en proporcion de sus alturas. No ha de sorprendernos pues que el mas bajo de todos, el Estromboli se halle en plena actividad desde los tiempos de Homero, y sirva aun hoy de faro á los navegantes, en tanto que volcanes seis ú ocho veces mas elevados parecen condenados á largos intervalos de inaccion. Tales son, en su mayor parte, los colosos que coronan las cordilleras, cuyas erupciones se renuevan apenas una vez por siglo. Esta ley de que hablo marcada por mí hace tiempo, tiene á la verdad algunas escepciones, pero creo que pueden resolverse todas las dificultades admitiendo que la comunicacion del cráter con el foco volcánico, no es siempre igualmente libre y contínua en todos los volcanes. Por otra parte, concíbese que el canal de comunicacion de un volcan poco elevado pudiera obliterarse durante un cierto tiempo, y por consiguiente disminuirse sus erupciones sin que de aquí se deduzca su próxima estincion.
Las precedentes consideraciones acerca de la relacion que existe entre las alturas absolutas de los volcanes y la frecuencia de las erupciones, nos conducen naturalmente al exámen de las causas que determinan el derrame de la lava en tal ó cual punto de una montaña volcánica. Rara vez se verifica la erupcion por el cráter mismo, antes bien se efectúa por aberturas laterales situadas hácia aquellos puntos en que la pared de la montaña ofrece menos resistencia: observacion ya hecha sobre el Etna, el siglo XVI, por un jóven que fue mas tarde el célebre historiador Bembo (16). Fórmanse alguna vez conos de erupcion en estas grietas laterales, que han sido tenidos cuando grandes por