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gunas conjeturas acerca de la naturaleza de los elementos que constitujen tal ó cual cuerpo celeste, ha sido preciso deducirlos de simples semejanzas. Pero las propiedades de la materia; sus afinidades químicas; los modos de agregacion regular de sus partículas, ya en cristales, ya en forma granítica; sus relaciones con la luz que la atraviesa separándose ó dividiéndose, con el calórico radiante, ora transmitido en el estado neutro, ora en el de la polarizacion, y con las fuerzas electro-magnéticas, tan enérgicas; en una palabra, todo ese tesoro de conocimientos que dan á nuestras ciencias físicas tanta grandeza y poder, lo debemos únicamente á la superficie del planeta que habitamos y mas aun á su parte sólida que á su parte líquida. Pero sería supérfluo el detenernos mas tiempo en este asunto; la superioridad intelectual del hombre en ciertas ramas de las ciencias del Universo, de pende de un enlace de causas semejantes á las que dan á ciertos pueblos una superioridad material sobre parte de los elementos.

Despues de haber señalado la diferencia esencial que existe bajo este punto de vista entre la ciencia de la tierra y la ciencia de los cuerpos celestes, es indispensable reconocer tambien hasta donde pueden estenderse nuestras investigaciones sobre las propiedades de la materia. Su campo está circunscrito por la superficie terrestre, ó mas bien por la profundidad adonde las escavaciones naturales y los trabajos de los hombres nos permiten llegar. Estos últimos no han penetrado en el sentido vertical mas que 650 metros bajo el nivel del mar, es decir, á 1/9800 del rádio de la Tierra (24). Las masas cristalinas arrojadas por los volcanes todavía en actividad, y semejantes en su mayor parte á las rocas de la superficie, provienen de profundidades indeterminadas, pero cuando menos, sesenta veces mayores que aquellas que alcanzaron los trabajos del hombre. Allá donde un lecho de carbon de piedra se sumerge y se