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férico que ha querido asignarse á los aerolitos. Porque no hay razon alguna, y aquí podria referir el célebre entretenimiento de Newton y Conduit, en Kensington (85), para suponer que sean en gran parte idénticos, los elementos que forman un mismo grupo de astros, ó un mismo sistema planetario ¿Ni cómo admitir el principio de la heterogeneidad de los planetas despues del bello sistema que esplica su génesis por la condensacion gradual de anillos gaseosos, abandonados sucesivamente por la atmósfera solar? A mi juicio, estamos tan poco autorizados para atribuir esclusivamente al nikel, al hierro, á la olivina ó al piróxeno (augita) de los aerolitos, la calificacion de sustancias terrestres, como podríamos estarlo para designar por ejemplo, como especies europeas de la flora asiática, las plantas alemanas que encontré mas allá del Oby. Y si los astros de un mismo sistema se componen de iguales elementos, ¿cómo no admitir que estos elementos, sometidos á las leyes de una atraccion mútua, puedan combinarse en relaciones determinadas y dar vida, ya á las cúpulas resplandecientes de nieve ó de hielo que cubren las regiones polares de Marte, ya en otros astros, á las pequeñas masas meteóricas que contienen, como los minerales de nuestras montañas, cristales de olivina, de augita y de labrador? No debe dejarse nunca nada abandonado al arbitrio, y hasta en el dominio de las conjeturas es preciso que el espíritu sepa dejarse guiar por la induccion.

En ciertas épocas, se oscurece momentáneamente el disco del Sol, y su luz se debilita hasta el estremo de ser visibles las estrellas en pleno dia. En 1547, hacia la época de la fatal batalla de Mühlberg, se efectuó por espacio de tres dias enteros un fenómeno de este género, que no puede esplicarse ni por las nieblas ni por las cenizas volcánicas. Kepler quiso buscarle una causa, primero en la interposicion de una materia cosmética, y despues en una nube ne-