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terrupcion del anillo, ya en los intervalos que dejen entre sí los grupos sucesivos de asteroides, ya, en fin, como quiere Poisson (78), en las acciones planetarias, cuyo efecto seria modificar la forma y la situacion del anillo.

Ya lo hemos dicho: las masas sólidas que despide el cielo provienen de los bólides inflamados que se ven durante la noche; de dia, y estando el cielo sereno, caen con estrépito del seno de una nube oscura, pero no llegan en estado de incandescencia, aunque sí muy calientes. Ahora bien: cualquiera que sea su origen, estas masas presentan en general, un carácter comun que es imposible desconocer; cualquiera que sea el tiempo y el lugar de su caida, son siempre las mismas las formas esteriores, las propiedades físicas de la corteza, é iguales los modos de agregacion química de sus elementos. Tan sorprendente paridad de aspecto y de constitucion, no ha escapado á los observadores; pero cuando se la examina individualmente encuéntranse tambien notables escepciones. Compárense los aerolitos por Pallas mencionados, la masa de hierro maleable de Hradschina en el condado de Agram, y la de las orillas de Sisim en el gobierno de Ieniseisk, ó tambien las que traje de Méjico (79), todas las cuales contienen 96 por 100 de hierro; compárense, digo, con los aerolitos de Siena, en los que apenas se cuenta un 2/100 del mismo metal, ó con los de Alesia, Jonzac y Juvenas, desprovistos enteramente de hierro metálico, y reducidos á una mezcla cuyos elementos perfectamente separados ya en cristales, puede distinguir el mineralogista, y digasenos si es dable concebir oposicion mas marcada. De aquí la necesidad de diferenciar en dos clases estas masas cósmicas: la de los hierros meteorices combinados con el nikel, y la de las piedras de grano fino ó basto. Otro carácter particular de los aerolitos es el aspecto de su corteza esterior, cuyo espesor no pasa jamás de algunas líneas de superficie, reluciente como la pez, y surcadas á