vestigaciones de Capocci, la del 27 al 29 de noviembre ó la del 17 de julio.
Parece ser que estos fenómenos se han realizado hasta ahora, con una independencia completa de todas las circunstancias locales, tales como la altura del polo, temperatura de la atmósfera, etc.; sin embargo, su aparicion va acompañada frecuentemente de otro fenómeno meteorológico, y aunque esta coincidencia pueda ser efecto de simple casualidad, no está fuera de lugar el señalarla aquí. Una aurora boreal muy intensa, acompañó á la aparicion mas magnífica de estrellas errantes, entre las que se conocen hasta el dia, ó sea la del 12 al 13 de noviembre de 1833, cuya descripcion debemos á Olmsted. En 1838 se reprodujo en Brema esta concordancia de ambos fenómenos, si bien la caida periódica de las estrellas errantes fué allí menos notable que en Richmond, cerca de Lóndres. En otro escrito me he hecho cargo de una observacion del almirante Wrangel (75), que he tenido frecuente ocasion de oirle confirmar. Viajando por las costas siberianas del Mar Glacial, vió el almirante en medio de los resplandores de una aurora boreal iluminarse de repente ciertas partes del cielo que habian quedado oscuras, al ser atravesadas por una estrella errante, y recobrar enseguida su rojo brillo.
Estas miriadas de asteroides constituyen, indudablemente, diversas corrientes que vienen a cortar la órbita terrestre como el cometa de Biela; y podemos imaginar, siguiendo esta idea, que su conjunto forma un anillo contínuo, dentro del cual siguen todos una misma direccion. Ya en los planetas menores situados entre Marte y Júpiter, escepto Palas, hemos hallado relaciones análogas relativamente á sus órbitas tan íntimamente enlazadas. Pero si se trata de la teoría misma de estos anillos, preciso es confesar que aun quedan muchos puntos por resolver; por ejemplo: ¿las épocas de estas apariciones, varian? ¿los retrasos que