que también con prudencia, pero con fuerza y perseverancia, se convirtieron en promotores de la vida religiosa y sacerdotal, abrazados, por supuesto, por vocación divina, de modo que se impida más eficazmente que el espíritu cristiano se debilite y que la integridad de la moral perezca gradualmente.
Hemos mencionado, Venerables Hermanos, las hazañas y los méritos de un Santo que, en virtud de un agudo ingenio, por abundancia y altura de la ciencia, por tan sublime santidad, por la invencible defensa de la verdad católica, no encuentra casi ningún otro, o ciertamente muy pocos, de cuántos han florecido hasta ahora desde el comienzo de la humanidad, que puedan parangonarse con él. Ya arriba hemos citado varios de sus elogios; pero con qué cordialidad y qué bien le escribió San Jerónimo como contemporáneo y muy familiar: «Estoy resuelto a amarte, a darte la bienvenida, a honrarte, admirarte y defender tus dichos como si fueran míos»[1]. De nuevo otra vez: «Adelante, ánimo, eres celebrado en el mundo; los católicos te veneran y honran como restaurador de la antigua fe y, lo que es signo de mayor gloria, todos los herejes te detestan, y con igual odio te abominan también, como para matar con deseo los que no pueden con la espada»[2]. Por eso, Venerables Hermanos, es de suma importancia para nosotros que en este decimoquinto centenario de la muerte del santo, que se cumplirá próximamente, como Nosotros mismos hemos recordado con mucho gusto en esta encíclica, también vosotros lo recordéis en medio de vuestro pueblo, de modo que todos le hagan honor, que todos se esfuercen por imitarlo, que todos den gracias a Dios por los beneficios que a través de tan gran Doctor llegó a la Iglesia. Bien sabemos cómo su insigne descendencia seguirá -como es justo- su ejemplo mientras gozan conservando religiosamente en Pavía, en la iglesia de San Pietro in Ciel d'Oro, las cenizas de su Padre y Legislador, restituidas a ellos por la bondad de nuestro predecesor, León XIII, de feliz recuerdo. Esperamos que lleguen muchos fieles de todas partes para venerar su sagrado cuerpo y obtener la indulgencia que le otorgamos. Pero aquí no podemos pasar en silencio con cuánta confianza esperamos en nuestro corazón
- ↑ San Agustín, Epistolae, 172, n. 1 inter augustinianas.
- ↑ San Agustín, Epistolae, 195, inter augustinianas.