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Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

A las monjas que, gobernadas por su hermana, vivían no muy lejos, les dio una regla maravillosa, llena de sabiduría y moderación, según la cual hoy gobiernan muchas familias religiosas de ambos sexos, y no solo las que se llaman agustinas, sino también otras que han recibido la misma regla completada con constituciones particulares de su propio Fundador. Ciertamente estos institutos de vida perfecta conforme a los consejos evangélicos, con la semilla lanzada por él, se benefició no solo el África cristiana, sino de toda la Iglesia, pues de este modo se dispuso de una tal milicia que, a lo largo de los años e incluso hoy, acrecentó en utilidad e desarrollo. Así, viviendo todavía San Agustín ya se habían obtenido frutos muy consoladores de esta insigne obra. Possidio[a] narra que con su permiso, como Padre y legislador a quien le pedían de todas partes, un gran número de religiosos habían salido a todas partes, como llamada tomada del fuego, para fundar nuevos monasterios y ayudar a las iglesias de África con la doctrina y el ejemplo de la santidad. Bien pudo alegrarse San Agustín de este magnífico florecimiento de la vida religiosa, que correspondía tan plenamente a sus deseos, como cuando escribió: «Yo, que escribo estas cosas, he amado ardientemente esa perfección de la que habla el Señor cuando dice al joven rico: Ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; ven y sígueme; tan ardientemente lo amé, y no por mi fuerza, sino por la ayuda de su gracia, así lo he hecho. No porque no fuese rico, esto me dará menos mérito; porque los mismos apóstoles que primero hicieron esto no eran ricos; el que deja lo que tiene y lo que desea, deja el mundo entero. Cuánto me he beneficiado de este camino de perfección, lo sé más que cualquier otro hombre, pero cuanto más lo sabe Dios de yo. Y con el mismo propósito de vida, con todas las fuerzas que puedo, exhorto a los demás, y en el nombre del Señor tengo compañeros a los que allí han sido inducidos para mi ministerio»[1]. Así quisiéramos hoy que en cada rincón de la tierra surgieran muchos, a semejanza del santo Doctor, "sembradores del casto consejo",

  1. San Agustín, Epistolae 157, c. 4, n. 39.
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