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Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

como Cipriano y Gregorio Nacianceno, Hilario y Juan Crisóstomo, como Ambrosio, su maestro en la fe, a quien veneraba como un padre y de quien solía recordar sus enseñanzas y ejemplos. Pero sobre todo en él resplandecía, como inseparable del amor de Dios, la caridad hacia e las almas, especialmente de aquellas que estaban encomendadas a su oficio pastoral.

De hecho, desde que, por inspiración divina, por la confianza del obispo Valerio y la elección del pueblo, fue iniciado en el sacerdocio y luego elevado a la cátedra de Hipona puso todo su empeño en llevar al rebaño a la felicidad celestial, tanto alimentándolo de la sana doctrina como protegiéndolo de los asaltos de los lobos. Por eso, uniendo la fortaleza con la caridad hacia los equivocados, combatió las herejías, advirtió al pueblo contra los engaños que usaban en ese momento los maniqueos, los donatistas, los pelagianos, los arrianos; y a ellos mismos los refutó de tal manera que no solo detuvo la difusión de falsas doctrinas y recuperó las almas que extraviaban, sino que también los convirtió a la fe católica. Por tanto, siempre estaba dispuesto para discutir, incluso en público, confiando plenamente en la ayuda divina, en la fuerza y virtud inherentes a la verdad, y en la firmeza del pueblo; y si le llegaban escritos de herejes, sin demora los refutaba uno tras otro, sin dejarse molestar ni disuadir por la locura de las opiniones, ni por las sutilezas, ni por la obstinación e insultos de sus adversarios. Sin embargo, aunque luchó tanto por la verdad, nunca dejó de implorar a Dios la enmienda de estos enemigos, a quienes trataba con benevolencia y caridad cristiana; y en sus propios escritos se puede ver con qué modestia de mente y vigor de persuasión les habló: «Contra vosotros se enfurecen aquellos que no saben con qué esfuerzo se descubre la verdad y con cuánta dificultad se evitan los errores. Contra vosotros se enfurecen los que no saben lo raro y difícil que es elevarse por encima de las fantasías de la carne con la serenidad de una mente piadosa ... En fin, se enfurecen contra vosotros incluso los que nunca han sido seducidos por un error como el que ven que os sedujo. Yo, en cambio, que después de un prolongado esfuerzo finalmente pude llegar a saber cuál es esa pura verdad que se percibe sin la mezcla de vanas fábulas, que después de todas aquellas fantasías, que durante mucho tiempo habitualmente os tenían enredados y aferrados,