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Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

«Hermanos, mientras vivamos aquí, así será: también para nosotros que somos viejos en esta batalla, tenemos menos enemigos, pero sin embargo los tenemos. En cierto modo nuestros enemigos están cansados incluso por la edad, pero aún así no dejan de perturbar la quietud de la vejez con todo tipo de malos movimientos. La batalla de los jóvenes es más encarnizada; lo sabemos; por ella hemos pasado … Pues, mientras llevéis el cuerpo mortal, el pecado lucha contra vosotros: pero, no domina. ¿Qué significa no domina? Esto es, para obedecer sus deseos. Si comienzas a obedecer, domina. ¿Y qué significa obedecer, sino prestar tus miembros al pecado como instrumentos de iniquidad? No prestes tus miembros al pecado como instrumentos de iniquidad. Dios te dio el poder de refrenar a tus miembros con su Espíritu. Se rebela la libido; refrena tus miembros; ¿Qué hará esta rebelión? Tú refrena a los miembros; no prestes tus miembros a instrumentos de iniquidad para pecar, no armes a tu adversario contra ti. Contén tus pies para que no se dirijan a cosas ilícitas. La libido surge: refrena tus miembros; aparta tus manos de todo crimen; contén tus ojos para que no vean el mal, contén tus oídos para que no escuchen voluntariamente palabras lujuriosas; domina lo más elevado, y lo más bajo ¿Qué hace la libido? Sabe cómo rebelarse, pero no sabe cómo vencer. Levantándose a menudo en vano, también aprende a no levantarse»[1]. Si para tal batalla utilizamos las armas de la salvación, después de haber comenzado a abstenernos del pecado, calmado gradualmente el ímpetu de los enemigos y desconcertado su fuerza, finalmente volaremos a ese reino de paz, donde triunfaremos con infinita alegría. Si hemos ganado entre tantos obstáculos y batallas, habrá que atribuirlo a la gracia de Dios, que internamente ilumina la mente y fuerza la voluntad; a la gracia de Dios que, habiéndonos creado, todavía puede inflamar nuestras almas con la caridad con los tesoros de su sabiduría y poder y llenarlo por completo. Con razón, pues, la Iglesia, que a través de los sacramentos difunde la gracia en nosotros, se llama santa, porque no sólo hace que innumerables hombres se unan a Dios en un estrecho vínculo de amistad y perseveren en él en todos los tiempos, sino que entre estos conduce y eleva a muchos a una invencible grandeza de alma, a la perfecta santidad de vida, a hazañas heroicas.

  1. San Agustín, Sermones 128, c. 9-10, n. 11-12.