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Acta de Pío XI

y los asuntos que llamamos predestinación. Y con tal sutileza y acierto investigó, que posteriormente, llamado y considerado como «el Doctor de Gracia», ayudó, inspirándolos, a todos los demás escritores católicos de épocas posteriores, y al mismo tiempo les impidió errar en tan difícil cuestiones o por uno u otro extremo de estos dos puntos: es decir, no se debe enseñar, o que en el hombre caído de la prístina integridad el libre albedrío es una palabra sin realidad, como gustó a los primeros innovadores y jansenistas; o que la gracia divina no se concede gratuitamente y no puede hacer todo, como soñaron los pelagianos. Pero para traer aquí algunas consideraciones prácticas que son oportunas para ser meditadas con gran fruto por los hombres de nuestro tiempo, es muy claro que los lectores de Agustín no serán arrastrados al error más pernicioso que se popularizó en el siglo XVIII, a saber, que las inclinaciones naturales de la voluntad nunca deben ser temidas ni reprimidas, porque todas son buenas. De este falso principio se originaron ambos métodos de educación, reprobados no hace mucho en Nuestra Encíclica «De christiana iuventutis educatione»[a]; métodos que llegan a tales extremos que, una vez eliminada toda separación de sexos, no emplea ninguna precaución contra las nacientes pasiones de niños y jóvenes; tanto esa licencia para escribir y leer, para procurarse y asistir a espectáculos, en los que se preparan insidiosos peligros para la inocencia y el pudor, y, lo que es peor, ruinosas caídas; como también esa forma deshonesta de vestir, que las mujeres cristianas nunca podrán esforzare suficientemente para desarraigarla, Pues enseña nuestro Doctor que el hombre, después del pecado de sus antepasados, ya no se encuentra en la integridad en la que fue creado, y desde la que, mientras la disfrutaba, fue fácil y rápidamente conducido a actuar rectamente; pero que, en cambio, en la presente condición de vida mortal, es necesario que domine las malas y opuestas pasiones, por las que es atraído y seducido, según el dicho del Apóstol: «En mis miembros veo otra ley, que se opone a la ley de mi mente y me hace esclavo de la ley del pecado, que está en mis miembros»[1]. Admirablemente comentó Agustín este punto a su pueblo:

  1. Ro VII, 23.
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