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Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

Sobre este punto no es necesario volver a traer las hermosas palabras del obispo de Hipona, ya recogida en Nuestra última encíclica «De chistiana iuventutis educatione»[a] o las que nuestro predecesor inmediato de feliz recuerdo Benedicto XV recogió igualmente en su Encíclica «Pacem Dei munus»[b], para mostrar más claramente que la Iglesia siempre se esforzó por unir a las naciones por medio del derecho cristiano, e igualmente promovió en todo momento todo lo que pudiera establecer entre los hombres los beneficios de la justicia, la caridad y la paz común, para que pudieran tender "«a una cierta unidad, generando prosperidad y gloria».

Por otra parte, después de haber descrito las notas propias del gobierno divino, desarrollando brevemente puntos que le parecían tocar a la Iglesia y al Estado, Agustín no se detiene, sino que pasa a investigar con perspicacia muy sutil y a contemplar cómo la gracia de Dios, de un manera completamente interno y misterioso, mueve el intelecto y la voluntad del hombre. Y cuánto poder tiene esta gracia de Dios en el alma, él mismo lo había experimentado cuando, transformado maravillosamente en un momento en Milán, advirtió que toda la oscuridad de la duda se desvanecía. «¡Qué dulce - decía - se me hizo de repente perder la satisfacción de las bagatela! si antes tenía miedo de perderlas, ahora disfrutaba dejándolas. Tú los alejaste de mí, Tú, verdadera y suprema dulzura, los alejaste y entraste en su lugar, más dulce que cualquier placer, pero no dulce para la carne y la sangre; más clara que cualquier luz, pero más íntima que cualquier secreto; más alto que cualquier honor, pero no para los altivos»[1]. Mientras tanto, el obispo de Hipona mantuvo la Sagrada Escritura como su maestra y guía y especialmente las cartas del Apóstol Pablo, que del mismo modo maravilloso había sido una vez llevado a seguir a Cristo, conforme a la doctrina tradicional transmitida por el pueblo santísimo, y al sentimiento católico de los fieles; y con un celo cada vez más ardiente se levantó contra los pelagianos, que vociferaban arrogantemente que la redención humana de Jesucristo carecía de toda eficacia; finalmente, iluminado por el espíritu divino, durante varios años estuvo investigando la ruina de la humanidad, tras la caída de los antepasados, las relaciones entre la gracia de Dios y el libre albedrío

  1. San Agustín, Confesiones, lib. IX, c. 1, n. 1.
  1. El papa se refiere a su encíclica Divini illius Magristi, del 31 de diciembre de 1920; pero no la identifica mediante su incipit, sino por el tema de que trata, tal como se enuncia en su publicación en la Acta Apostolicae Sedis: "De la educación cristina de la juventud".
  2. Benedicto XV publicó la encíclica Pacem, dei munus, el 23 de mayo de 1920, en ella trata sobre la restauración de la paz tras la Primera Guerra Mundial.