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Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

que esta imagen de Dios, que está en nosotros, debemos hacerla más espléndida y más bella cada día hasta el final de la vida; de modo que cuando se llegue ese término, esa imagen divina ya infundida en nosotros «se hará perfecta a través de la misma visión que se disfrutará después del juicio cara a cara, mientras que ahora sólo se contempla por reflejo en enigma»[1]. Nunca se puede admirar suficientemente la declaración que nos hace el Doctor de Hipona sobre el misterio del Unigénito de Dios hecho carne, cuando pide explícitamente (con esas palabras que San León Magno utiliza en la Carta Dogmática a León Augusto) que «debemos reconocer en Cristo una doble sustancia, a saber, la divina, por la que es igual al Padre, y la humana, por la que el Padre es superior. Las dos sustancias unidas no forman dos, sino un solo Cristo; para que Dios no sea una Cuaternidad sino una Trinidad. De hecho, así como el alma racional y la carne forman un solo hombre, así Dios y el hombre forman un solo Cristo»[2]. Sabiamente obró Teodosio el Joven, cuando, con toda muestra de reverencia, ordenó que fuera inducido a participar en el Concilio de Éfeso, que abatió la herejía de Nestorio: pero una muerte inesperada impidió a Agustín unir su voz fuerte y poderosa a la voz de los demás Padres presentes, en la condena del hereje que se había atrevido, por así decirlo, a dividir a Cristo y desafiar la maternidad divina de la Santísima Virgen[3]. No queremos dejar de recordar, aunque apenas lo toquemos ligeramente, que una vez que Agustín puso en clara luz la dignidad real de Cristo, que Nosotros hemos señalado y propuesto para el culto de los fieles en la encíclica «Quas primas»[a], publicada al final del Año Santo: lo que también resulta de las lecciones extraídas de sus escritos, que nos gustó introducir en la liturgia de la fiesta de Nuestra Señora Jesucristo Rey.

Nadie ignore, quizá, cómo él, abrazando la historia del mundo entero de un vistazo, apoyándose en aquellas ayudas que podrían prestarle tanto la lectura asidua de la Biblia como la ciencia humana de aquellos tiempos, en su excelente obra De la ciudad de Dios

  1. San Agustín, De Trinitate, lib. XIV, c. 19, n. 25.
  2. San Agustín, In Evangelium Iohannis tractatus, 78, n. 3. Cf. S. Leonis epist. 165, Testimonia, c. 6.
  3. San Agustín, In Evangelium Iohannis tractatus, 78, n. 3.; cf. Breviarium causae Nestorianorum et Eutychianorum, c. 5.
  1. Pío XI, publico la encíclica Quam primas el 11 de diciembre de 1925