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Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

Si bien la frecuencia de los milagros se redujo algo, nos preguntamos ¿por qué sucedió esto sino porque el testimonio divino se hacía cada día más evidente por la misma maravillosa propagación de la fe y por la mejora que siguió en la sociedad, según la norma de la moral cristiana? Por tanto, dice Agustín a su amigo Honorato al procurar traerlo a la Iglesia, «¿Piensas que se ha derivado poca ventaja para los asuntos humanos del hecho de que no pocas eruditos hayan discutan, y sin embargo los ignorantes, también el vulgo de hombres y mujeres, cree y confiesa que ninguno de los elementos de la tierra o el fuego, en fin, nada que toque los sentidos del cuerpo, podemos adorar en lugar de Dios, y a Dios solo tenemos que llegar por el camino de la inteligencia? ¿Quién profesa la abstinencia hasta el punto de contentarse con un ligero sustento de pan y agua, y practica ayunos que no se observan durante un solo día, sino que se prolongan durante varios días, y la castidad hasta la renuncia al matrimonio y los hijos? ¿Quién se sobrepone a los padecimientos hasta no contar las cruces y el fuego? ¿Quién extiende la liberalidad hasta distribuir la propia riqueza a los pobres?, finalmente, ¿quién desprecia todo este mundo visible, incluso hasta la muerte? Practicar esto es de unos pocos; menor es el número de los que saben hacerlo correctamente; pero mientras tanto, aquí hay una multitud de personas que la aprueban, que la escuchan, que muestran su favor por esto, que finalmente la aman; culpan a su propia debilidad si no llegan tan lejos, pero esto no es sin provecho del espíritu en el camino de Dios, ni sin producir al menos algunas chispas de virtud. La providencia divina condujo a esto con los oráculos de los profetas; con la Encarnación y la enseñanza de Cristo; con los viajes de los Apóstoles; con los insultos, las cruces, la sangre, la muerte de los mártires; con la edificante vida de los santos, y además de todo esto, según la conveniencia de los tiempos, con milagros dignos de tan grandes hechos y virtudes. Por tanto, considerando la intervención de Dios tan evidente, con tan significativo provecho y fruto, podríamos vacilar en reunirnos en el seno de esa Iglesia, que en la Sede Apostólica, por la sucesión de Obispos, ocupa la máxima autoridad, reconocida por el género humano, no importa qué vanidosos herejes andan ladrando, condenados en parte por el juicio del pueblo, en parte por la solemnidad de los concilios y en parte por la majestad de los milagros?»[1].

  1. San Agustín, De Utilitate credendi ad Honoratum, c. 17, n. 35.