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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Hemos dicho que otra causa de agitación social reside en de que, generalmente, la autoridad de los responsables ya no se respeta. De hecho, desde el día en que cada poder humano ha querido emanciparse de Dios, creador y maestro del universo, y fundirse en el libre albedrío de los hombres, los lazos que vinculan entre si a los superiores y los súbditos se han debilitanto tanto que ahora casi parece que están desaparecido. Un espíritu desenfrenado de independencia, combinado con orgullo, se ha infiltrado gradualmente en todas partes, sin siquiera salvar a la familia, donde el poder germina claramente de la naturaleza; de hecho, lo que es más lamentable no siempre se ha detenido en el umbral del santuario. De ahí el desprecio por las leyes; de ahí la insubordinación de las masas; de ahí la crítica petulante de lo que tiene la autoridad; de ahí las mil maneras concebidas para que el poder del poder sea ineficaz; de ahí los terribles crímenes de aquellos que, al hacer una profesión de anarquía, no dudan en atacar tanto los bienes como la vida de los demás.

Ante esta monstruosidad de pensar y actuar, perjudicial para toda la existencia social, constituidos por Dios guardianes de la verdad, no podemos dejar de alzar nuestras voces; y recordamos a la gente que la doctrina de que ningún humano apacible puede cambiar: No hay autoridad excepto de Dios; y los que existen son establecidos por Dios[1]. Por lo tanto, cada poder que se ejerce en la tierra, ya sea autoridad soberana o subordinada, tiene a Dios por origen. De lo cual San Pablo deduce el deber de cumplir, no de ninguna manera, sino por conciencia, con los mandamientos de quienes están investidos de poder, excepto en los casos en que se oponen a las leyes divinas: Por lo tanto, es necesario ser sumiso, no solo para miedo al castigo, pero también por razones de conciencia[2]. De acuerdo con estos preceptos de San Pablo, el propio Príncipe de los Apóstoles enseña: Estar sujeto a toda institución humana por el amor de Dios; tanto al rey como soberano, como a los gobernadores como a sus enviados[3]. A partir de esta premisa, el mismo Apóstol de los gentiles

  1. Rom 13,1.
  2. Ibid. 5.
  3. 1 P 2, 13-14.