Página:Ad beatissimi apostolorum.pdf/2

Esta página ha sido corregida
566
Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial


de este redil; Necesito guiarlos y escucharán mi voz[1] — Lo confesamos, Venerables Hermanos: el primer sentimiento que sentimos en el alma, y que ciertamente fue encendido por la bondad divina, fue un latido increíble de afecto y deseo por la salvación de todos los hombres; y al asumir el pontificado concebimos el mismo voto que Jesucristo ya expresó al morir en la cruz: Santo Padre, guarda en tu nombre a los que me has dado[2].

Por lo tanto, cuando desde esta altura de la dignidad apostólica pudimos contemplar el curso de los acontecimientos humanos con una sola mirada, y vimos ante nosotros la condición miserable de la sociedad civil, realmente sentimos un dolor agudo. ¿Y cómo pudo haber sucedido que, al convertirnos en el Padre de todos los hombres, no sentimos nuestros corazones desgarrados ante el espectáculo que presenta Europa, y con él el mundo entero, el espectáculo más oscuro y quizás el más triste de la historia de los tiempos? Esos días, de los cuales Jesucristo predijo, realmente parecen haber llegado: Oirán de guerras y rumores de guerras ... De hecho, las personas se levantarán contra las personas, y el reino contra el reino[3]. El terrible fantasma de la guerra domina en todas partes, y casi no hay otro pensamiento que ocupe ahora las mentes. Grandes y prósperas naciones están allí en el campo de batalla. ¿Qué maravilla, por lo tanto, si están bien equipados, como están, con esos horribles medios que el progreso del arte militar ha inventado, luchan en una gigantesca carnicería? No hay límite para las ruinas, nadie para las masacres: todos los días la tierra vuelve a ser sangre y se cubre de muertos y heridos. ¿Y quién diría que estas personas, una contra la otra, descienden del mismo antepasado, que son todos de la misma naturaleza y todas las partes de la misma sociedad humana? ¿Quién los reconocería como hermanos, hijos de un solo Padre que está en el Cielo? Mientras tanto, mientras que en ambos lados luchamos con ejércitos interminables, naciones, familias, individuos que gimen de dolor y miseria, compañeros fatales de la guerra; las filas de viudas y huérfanos se multiplican día a día;

  1. Jn 10,16.
  2. Jn 17, 11.
  3. Mt 24, 6-7.