Y cuando el Sol, sus postrimeros rayos
Tras los montes altísimos exhala;
Y que la Luna, con ligero paso
Suave estela, de luz tras sí derrama,
Entonces, con la paz de la inocencia
Vas al mundo del sueño, y semejante
Es tu rostro, al de un ángel primoroso;
Con su sonrisa indefinible y suave...
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Mas, tu niñez encantadora y tierna
Muy pronto ha de acabar, y quiera el cielo
No mancille tus blancas vestiduras
El polvo de este mundo traicionero.
Y ruego a Dios que en su bondad inmensa
Te conserve feliz, por muchos años,
Y no quemen con lágrimas tu rostro
Prematuros y tristes desencantos.
Y ya cuando más grande, niño amado,
Escucha este consejo que ha dictado
A mi alma lo profundo del cariño:
En las borrascas de tu vida entera
Conserva tu candor, tu fe sincera,
Enrique, escúchame ¡sé siempre niño!
Septiembre 1916.