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La cuestion, lectores, nos tenia preocupados; Andrade, con su lengua de trapo, no tenia la menor idea de ejecutarse, y alcanzó la buena suerte de dar su canto á Bartolito Mitre, que, aunque no es un Legouvé, ni un Dickens, es de lo mejor que hay en aquella tierra, donde nadie sabe leer. Ricardo declaró que leeria él mismo; me inquieté, porque no le tenia fé. Qué habria sido si el ve!o del porvenir, descorrido ante mis ojos, me hubiera permitido ver el asesinato perlático del bello canto, perpetrado por e! autor mismo! — Dicen que Wagner ha querido mas de una vez cantar sus propias óperas; Ricardo tiene algo de! semi-dios de Beyreuth.

Por fin, Encina, que no hallaba árbol de que colgarse, me pidió que leyese su canto. En vano le objeté mi falta de práctica y de voz. Decia que yo entendia su obra, y que con un rato de conversacion acabaríamos por ponernos de acuerdo. Indudablemente, el Canto al Arte no es el segundo Fausto; inspirado por un espiritualismo entusiasta y absorbente, su marcha es clara y su objetivo definido: hacer del arte una religion. — Pero las esplicaciones de Encina me aturdian. Encina veia dentro de sus versos más de lo que los comentadores todos han visto en la Divina Comedia.

Una Psicologia, una Estética, una Teodicea,—