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Encina me desesperaba: el hábito de hablar frecuentemente con los representantes mas altos de la inteligencia argentina, me ha facilitado la comprension fácil y casi completa de los caractéres de nuestro intelecto nacional. El colorido vagabundo de Sarmiento; la abundancia elegante y erudita de Lopez; la forma armoniosa de Avellaneda; la inimitable charla de Goyena, con la viveza de sus golpes de vista y las finísimas picaduras que la esmaltan; la claridad de Del Valle; la claridad, que es la inteligencia, la vida intelectual; la malicia de Lucio... á qué citarlos todos, si á alguno he de olvidar, aunque recuerde la actividad de Dardo, con sus mil ojos abiertos sobre todos los rumbos del espíritu humano, ojos sobre los que jamás cae el párpado; la firmeza de Pellegrini, con dedos en la inteligencia, segun la frase gráfica de Del Valle; la clarísima percepcion de Gallo; y la fuerza manquée que anida el cráneo de Roque?

La ideología alemana jamás echará raices entre nosotros; falta la sombra, falta la tradicion, sobra la noncuranza deliciosa de las cosas que no se mueven y agitan, como pabellones flotantes ante el espíritu. De donde venia Encina, entónces? Como Byron brota en suelo inglés, como Caldas en los valles eléctricos