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nos, porque aquellas almas robustas nunca estaban huérfanas de una pasion violenta. Pero La Bruyére!

«El fastidio ha entrado al mundo por la pereza: ésta tiene mucha parte en la avidéz con que los hombres buscan los placeres, el juego, la sociedad. El que ama el trabajo tiene bastante con sí mismo» [1].

Tocóme en suerte navegar por largos dias lentamente, á la vela, sobre un navio de guerra. El calor en aquella latitud era insoportable, é impidiendo dormir, entrecerraba los cansados ojos sobre el libro sin atractivo. Procuraba dominar, por deferencia á los distinguidos oficiales que me habian dado hospitalidad, el fastidio supremo, invencible, que me dominaba. Era inútil; segun una curiosa frase que he oido con asombro en lábios de un niño de cinco años, estaba «pálido de aburrido.» El comandante, sonriendo, me hizo saber que hacia año y medio que los marineros de la tripulacion no descendian á tierra, y que ellos, los oficiales, llevaban casi igual tiempo de reclusion á bordo. Sin embargo, yo veia á la gente de equipaje contenta, alegre y reuniéndose por las noches, á proa, para entonar sus monótonos cantos bretones ó las ba-

  1. Los caractéres de La Bruyére. — Cap. ix. de l'Homme.