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de reflejar, de una manera viva, esa sensacion inquieta, tenaz, persistente que lo oprime. Es cuestion individual que depende, como la lluvia, como el trueno, como todos los fenómenos naturales, de mil causas complejas que nadie alcanzará jamás á conocer en detalle. La educacion, los recuerdos, la posicion, la ubicacion, los gustos, el temperamento, la salud, la herencia, el éxito, el entourage, la carrera, las preocupaciones, los incidentes infinitesimales de la vida, etc., etc., son otros tantos hilos de agua invisibles que van á vaciarse en el Océano del fastidio, haciendo una variante á la frase del escéptico.

En esta materia, pues, cada uno debe hablar segun observacion subjetiva. Pero lo curioso en este abominable fenómeno moral, es su independencia absoluta de las causas que lo originan. Florece en el trono como en el presidio, en la opulencia como en la miseria, en las regiones de la gloria humana, como en el corazon de aquellos que el destino amarró á una vida oscura y tranquila. Luis XIII se fastidiaba soberanamente, y la mayor parte de los Valois no le iban en zaga. Enrique IV pudo preguntar un dia qué era el fastidio, como Nelson qué era el miedo. La hipocondria casi histérica de algunos reyes de España era hija del tédio, y el que lea con atencion la corres-