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seguida amarré la masa informe á un sillon. Tendimos una cortina sobre el medium, que habia caido ya en letargo y que crujia medio ahogado, bajamos la luz de la sala y esperamos.

De pronto creímos ver una mano blanca y delgada que corria en los aires. Miré á Encina, que me pareció impresionado. El aleman, léjos de nosotros, seguia silencioso, en un recojimiento tranquilo, el curso de los sucesos. Un instante despues, apareció por encima de la cortina, tendida de lado á lado á la altura de hombre, una cabeza como de una niña de cinco años, muerta, pálida, color trigueño suave, el pelo partido al centro y cayendo en dos ólas negras sobre la frente; un cendal blanco la cubria y resolvía las formas en un vapor ligero, á partir del cuello. Los ojos, pequeños y penetrantes, parecian fijarse en mí. Despues del primer momento de impresion, dije á Encina muy quedo que estábamos haciendo un papel ridículo, y que iba á levantar la cortina para ver lo que hacia el medium, que, por otra parte, continuaba respirando como un fuelle de órgano. Me detuvo recordándome que Brédiff nos habia advertido que la entrada violenta del fluido en su cuerpo, si tal cosa hacíamos, le produciria la muerte instantánea; que habíamos aceptado esa condicion y que