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exploracion metafísica de los cielos y burlándose del sentimiento como órgano de investigacion, lo irritaban hasta subir á la injuria. En una palabra, no he conocido un organismo moral más profundamente impregnado de religiosidad que el de Cárlos Encina. Tenia arrebatos coléricos contra el catolicismo, contra todas las religiones positivas del mundo, pero ansiaba creer, buscaba con un ardor desatentado medios de cohonestar las exigencias de su razon con las aspiraciones de su alma. Es ese un martirio muy comun en nuestro siglo, el vagar eterno de los espíritus creyentes, girando sobre sí mismos sin rumbo fijo y flotando siempre en la duda que los mata.

Fué de esa manera que Encina cayó en el espiritismo. La primer vez que me habló del asunto, proponiéndome que emprendiéramos una série de experimentos, me hizo una exposicion del sistema, esforzándose en demostrarme que, en el fondo, la teoría era de una lógica absoluta para los espiritualistas. Le contesté que mi naturaleza, desgraciadamente escéptica, más aún, refractaria á la fé, me impedia prestar crédito á los infinitos sistemas, inclusive las religiones creadas por la imaginacion para satisfacer las necesidades morales de los hombres. Pero que era muy curioso, y que entraba de