INTRODUCCIÓN Xxv
entendemos era como entonces se denominaban es- tos males, á causa de los pantanos ó yuyales cor- rompidos que formaban el pavimento de las calles.
En vista de esto, el Cabildo publicó muchas y apremiantes ordenanzas para que cada vecino por sí mismo Ó por sus esclavos, ó por indios, segase y alzase los suyos, trajese tierra, y colmase los ba- rrancos, las hondonadas y los pantanos de las ca- lles: trabajo ímprobo, que á pesar de la buena vo- luntad y de la diligencia municipal quedaba arras- trado y perdido á la primera lluvia. No son de aho- ra las consecuencia desgraciadas que produce nues- tro suelo en este particular, sin maldecir por eso, pues otras mil ventajas lo compensan.
El abastecimiento y calidad de alimentos, sobre- todo de carne y de pan, ocupó tanto la atención del Cabildo que su contínuo afan por el buen ser- vicio de estos ramos, pudiera servir de buen ejem- plo en los tiempos posteriores. Con frecuencia hizo visitación y ordenanzas de carnicería, diligencias y medidas para mantener en pié y buen servicio los dos molinos de agua, el uno en el Río de las Con- chas y el otro en el Riachuelo.
Las chácaras de labranza, eran constantemen- te inspeccionadas para tomar y tener cuenta del abasto que podrían proporcionar. Se puso también mucha atención sobre la epidemia de los ganados (la epizootia actual) «cuya mortalidad es tanta decía el Cabildo que se tiene por ramo de pestilencia y que llega y cunde ya hasta las chácaras del río Lujan».
Instruir á los niños en las primeras letras y en la doctrina cristiana, fué un empeño muy meritorio de los primeros cabildos de Buenos Aires, cuando