deante y tembloroso como condenado que va ^al patíbulo.
— ¡Estoy perdidol—exclamó dejándose caer en una silla.—¡Estoy perdido para siempre! Necesito buir, esconderme ahora mismo... Señor Gil, vienen á prendernos.
— ¿A prendernos?—preguntó el ex -Oidor con cierta calma.—Por fin... Ni aun morir me dejan. Está previsto; me llevarán á un hospital, y llenándome de medicinas el cuerpo, se empeñarán en que viva. Puede que esos perros lo consigan.
— Al amanecer vendrán á prendernos. Me lo avisa un amigo que anda en tratos con esa canalla. ¡Dios mío, abandonar mi casal ¿Qué voy á hacer yo? ¿A. dónde voy yo? Dígame usted, Sr. Gil, ¿á dónde iré?
— Al cementerio.
El enfermo acompañó con risa irónica su fatídico consejo. Soledad, aterrada, oraba en silencio.
— ¡Hay iniquidad semejantel— exclamó el preceptor enjugando sus lágrimas.— ¿Qué he hecho yo? únicamente franquear mi humilde morada.
— ¿Nos prenderán al amanecer?
— Sí, muy temprano. Me lo ha dicho Elias Orejón, que lo sabe por Calleja, barbero de la Carrera de San Jerónimo (*), el cual lo sabe por el cafetero de La Fontana. Vendrán, y echándonos una cuerda al cuello, nos arrastrarán á inmundos calabozos.
I*) Véase La Fontana d°, On.