— Cada mochuelo á su olivo—añadió D o Benigno.—Yo me voy á la Plaza Mayor, donde se me figura que no estaré de más si ocurre alguna cosa.
— Y yo á casa de San Martín, que me estará esperando. ¡Cómo se entretiene uno con la conversación!
D. Patricio llevó aparte á D. Primitivo, a Calleja y á otros dos que vestían de paisano.
— ¿Han hecho algo—les dijo,—en el asunto de esa endiablada gentuza de la calle de las Veneras?... Por ahí se ha de empezar. Atóquese la cabeza de la conspiración, y se evitarán conflictos como éste.
— San Martín lo sabe todo—repuso Cordero.— En efecto, debe atacarse la conspiración €n su cabeza.
Los tres siguieron hablando en voz baja.
XVI
Desde el aciago día 30, célebre por la formación, la clausura de las Cortes, los alborotos, los contrarios vivas y el asesinato de Landáburu, en la humilde casa de la calle de las! Veneras no hubo un instante de sosiego. Am«! bos departamentos, el de Naranjo y el de Gil ' de la Cuadra, fueron teatro de sentimentales escenas, ora de desconsuelo y angustia, ora de mortal duda y temor. El buen Naranjo, que no era hombre de grandes hígados, no daba