B. PEREZ GALDÓS
— Creo que nos perdonan la vida, á lo que parece. ¿No dijeron en el Campo de Guardias que entrarían en Midrid para degollar á toclon los picaros?
— Y al fin parce© que optan por comer pepinos en Aranjuez y espárragos trigueros en Talayera.
— ¿Pero se van de seguro?
— Así dicen... pero 1). Fernandito, que esta mañana estaba inclinado á transigir con las dos Cámara?, parece que ha dicho esta tarde: Absoluto y nada más que absoluto.
— Porque en Palacio corren noticias—indicó el sastre Laca 1? Sarmiento,—de que los carabineros sublevados en Castro del Río vienen sobre la Mancha con otras fuerzas y con paisanos armados.
— Los rusos... ahí tienen ustedes á los rusos.
— Con tanto decir que venían, al fin viene»,
—manifestó riendo D. Benigno Cordero.
—Lo que yo puedo asegurar— dijo D. Primitivo con cierto misterio,—es que se ha mandado que se concentren en Madrid los m¡Jicianos de toda la provincia.
— Eso se sabía... Noticia vieja.
— No tan vieja, señor mío, no tan vieja... £i ustedes me prometieran no contarlo á aadie, los diría una cosa estupenda.
—¿Qué, qué? I
D. Benigno, Sarmiento, Mejía, Lucas, Calleja, el Marquesito y los demás que formaban el grupo lo estrecharon, encerrando al honrado comerciante en una especie de tonel de humana carne.